Vísceras revueltas con tierra, flemas y sangre. El olor a pescado podrido.
Se pone de pie con la cubeta en la mano, camina hasta esconderse en los brazos de Natalia. Ella también sostiene un infierno verde y viscoso, mientras se balancean abrazadas, los baldes chocan en un brindis una, dos, muchas veces.
Celebran que han sobrevivido a la ceremonia del inframundo, el uku pacha, señala el chamán.
Llora porque vomitó el recuerdo infantil de esas manos obscuras y grasientas, de la mujer que hacía algo más que cuidarla.
Porque en una arcada lavó el hilo de sangre que corrió por entre sus piernas y con ello la vida a pedazos le salió del cuerpo y porque expulsó al fin, los mocos, y la sangre y los moretones que aquel hombre dejo tatuados en la memoria.
Al amanecer saltó de su pasado y estalló en vidrios de colores.
No es más el sapo, ni la sangre coagulada.
Es el cielo de levantarse con el cuerpo entero, con la vida limpia y la mirada encendida.
“Quizás no te fijas lo suficiente en las cosas”, le dijo, “Quizás crees que miras, pero en realidad no estás mirando, te encierras tanto en tu obsesión y en tu búsqueda que acabas por no ver nada de lo que hay a tu alrededor”
Seguro te han preguntado alguna vez si un libro te ha cambiado la vida, pues a mi el cuestionamiento me paraliza, porque ha sido más de uno. Pero hoy traigo a mi mente uno que, sin saberlo entonces, me fue jalando al trabajo con policías, con personas privadas de la libertad y finalmente a decidirme estudiar criminología.
Señales y cambios de ruta te llevan al lugar que perteneces, hace veinte años leí Plenilunio del escritor español, Antonio Muñoz Molina, y a través del personaje de esta novela fue que pude nombrar una de mis obsesiones: comprender por qué hacemos lo que hacemos, y más concreto, el porqué de la violencia. Te comparto el fragmento que he leído la primera y mil veces más.
El inspector buscaba la mirada de alguien que había visto algo demasiado monstruoso para ser suavizado o desdibujado por el olvido, unos ojos en los que tenía que perdurar algún rasgo o alguna consecuencia del crimen, unas pupilas en las que pudiera descubrirse la culpa sin vacilación, igual como reconocen los médicos una enfermedad acercando una linterna diminuta.
Plenilunio
Dicen que los ojos son el espejo del alma, una ventana hacia el interior. El personaje de mayor autoridad para el inspector, el padre Orduña le dice: “busca sus ojos”, y él busca, en los archivos y las fotografías de pedófilos, en cada mirada con que se cruza en la calle. No lo logra, nunca lo lograremos: no es la mejor estrategia. Cuando ve al asesino en comisaría, descubrirá que su mirada es normal, como los ojos de cualquiera:
“Podría haberlos visto mil veces y no habría sospechado de ellos. Cualquier mirada puede ser la de un inocente o un culpable”
Plenilunio es un espejo donde se reflejan múltiples violencias y una sola. La de la impunidad y la impotencia.
Aparece la violencia de origen sexual, sobre todo la ejercida sobre los niños, y la del terrorismo que marca la relación del Inspector y su esposa. Aunque el autor llega a relacionar ambos tipos: “En el fondo les colma la vanidad ver sus hazañas en la prensa. He conocido algunos que guardaban recortes pegados en álbumes, como los artistas”.
Es la maldad el personaje central, y su explicación a partir de la fe, desde la ciencia forense por parte de Ferreras, ateo convencido, y pese a ello se mantiene flotando el secreto misterioso de los propios actos malignos que van más allá del propio individuo confundiéndose con la colectividad, porque el mal trasciende de lo particular y se extiende a lo colectivo.
Como antagónico tenemos al amor, ese basado en la costumbre y la obligación, en el recuerdo, pero sin futuro, y que pese a su propio desgaste renace, un amor sin futuro, cuyo fin radica en su propio comienzo.
Y de manera fina e íntima une al perseguidor y al perseguido en la intersección de la obsesión tanto del psicópata como del Inspector por conseguir sus diferentes objetivos: apagar sus sed de frustración y locura uno, atrapar al asesino el otro.
Y finalmente lanza todos los ganchos que unen con lo social y se masifica la violencia, los medios de comunicación tienen una importancia incómoda que influye, para bien o para mal, en las actitudes de los personajes: “Un día el inspector vio su propia cara en el telediario, tomada de muy cerca, con su nombre y su cargo escritos en la parte baja de la pantalla, como si quedara alguna duda, y se irritó mucho y se alarmó más de lo que él mismo estaba dispuesto a reconocer […]”
Mi madre se empeño en enseñarme a decir siempre la verdad.
Los errores me mostraron lo importante de ser confiable y veraz.
Después mi maestro y primer jefe en el periodismo, me enseño de valentía, pues he sido testigo de su carrera, y lo que implica sostener la verdad con todas sus amenazas y consecuencias. Mi primer día de trabajo me dijo:
– No se es periodista si no se ha leído a Kapúscinski. Esa tarde fuimos a la librería y me regaló todos los libros que había de él.
Su frase más conocida:
“Cuando se descubrió que la información era un negocio, la verdad dejó de ser importante”
Kapúscinski
Además de ser negocio, la información es el disfraz de la ignorancia, el arma de quien manipula, la venda de la justicia, la anestesia de la necedad y la inmadurez.
El fin de semana, en un seminario de criminología, uno de los ponentes me mostró de nuevo esta herida social que provoca la mentira, el poco compromiso con la verdad:
“Detenemos (personas) para investigar (las evidencias), no investigamos para detener”
y el daño después está hecho, la verdad y la credibilidad están en una cuerda floja, pero nunca como ahora… tan manchada de sangre y de miedo, tan sumergida en la injusticia y en la inmediatez, tan confundida en fake news y ganchos falsos de “estudios recientes revelan”…
Tenemos de frente la tarea de no creer todo lo que se publica, ni publicar todo lo que nos llega.
De aprender a ver detrás de cada noticia, declaración, conversación, si es el interés personal, político, económico que se expresa.
Tomar la bandera de comprobar y exigir la verdad, esa que tiene piso firme.
Aceptar el reto de apertura y flexibilidad para escuchar, comprender y respetar las verdades, esas que nos confirman diferentes, y frente a la diversidad saber actuar con ética y empatía.
Para que no vivamos con desconfianza y decepción.
Para que recuperemos la unión y la ética.
Para que no haya detenidos inocentes, ni culpables sin detener.
Para que ahuyentemos la ignorancia, el miedo y la confusión.
“La empatía siempre está en la línea del regalo y la invasión.” Leslie Jamison, The Empathy exams
En el simplismo y la sobre valoración de nuestra visibilidad e inmediatez, pensamos, promovemos y aplicamos “mucha empatía”, mientras más, mejor. Más sensibilidad, mas generosidad, somos más humanos y eso se ve muy bien en las redes sociales. Y está también, claro, el exceso de sentir cuando las causas y los males de este mundo nos calan los huesos y nos volcamos a tratar de cambiar al mundo.
Veamos primero el síndrome de la hiper empatía, y creo que en el extremo lo podemos ver en el libro de Sandra Brown, Las Mujeres que aman a los psicópatas, que no puede más que inquietar e impactar.
Gracias por visitar mi blog, soy Paty Anaya, vivo en México y me dedico a la investigación y capacitación. De formación soy periodista, analista conductual y ahora también pasante de criminología.
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